28.11.07

Estrategias Bolivarianas y respuestas regionales.

Por Vanni Pettinà
Las tensiones en la región andina han alcanzado en las pasadas semanas un nivel realmente alarmante. Hasta el momento, habían sido los procesos de reforma constitucional que se están dando en Bolivia, Venezuela y Ecuador los que habían suscitado alguna preocupación. Dichos proyectos de reformas, completamente legítimos desde un punto de vista legal, han levantado ciertas críticas, en parte por las formas con que se han llevado a cabo: en Bolivia, por ejemplo, la reforma constitucional se ha aprobado con una mayoría simple del 51%, un consenso evidentemente insuficiente para una transformación tan radical de los cimientos de la democracia boliviana. En Venezuela, ha sido sobre todo el contenido de la reforma lo que ha creado alarma, considerado el hecho de que más allá de proclamar el ambiguo socialismo del siglo XXI, la nueva Constitución eliminaría el límite de la reelección presidencial, otorgaría amplios poderes a la figura institucional de la presidencia y debilitaría el sistema de checks and balanances del estado.

Sin embargo, mientras que hasta el momento los problemas de la región habían sido confinados en el interior de los países, concentrados en unos procesos de reforma interna caracterizados por algunos elementos problemáticos, en las últimas semanas se ha ido perfilando la sombra de una grave crisis diplomática entre distintas repúblicas que cohabitan la región. El centro del problema ha sido el conflicto, largamente previsible, entre Venezuela y Colombia, estallado durante la última semana del mes octubre. Supuestamente, la causa última que ha desencadenado la actual crisis diplomática entre los dos países andinos habría sido la llamada efectuada por el Presidente venezolano Hugo Chávez a un alto cargo militar colombiano, el General Montoya, un oficial todavía en efectivo de las fuerzas armadas colombianas. La llamada habría sido efectuada en el marco de las negociaciones entabladas por el Presidente “bolivariano” con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), para solucionar la dramática cuestión de los rehenes que permanecen secuestrados desde hace largo tiempo por la guerrilla, supuestamente, revolucionaria. Hasta hace pocas semanas, dichas tratativas habían sido cautelosamente apoyadas por el Presidente de Colombia Álvaro Uribe, sin duda alguna una actitud curiosa por parte de un gobierno que no había mantenido, a lo largo de su último mandato, unas relaciones particularmente cordiales con el “chavismo”. Si la llamada ha sido la gota que ha colmado la medida, es cierto que durante las negociaciones habían emergido en más de una ocasión señales de preocupación por parte de Colombia, acerca de la manera atrevida y demasiado mediatizada con la cual el presidente venezolano estaba llevando a cabo la gestión de la tratativa con las FARC.

Bogotá, que en un primer momento había aceptado la mediación ofrecida por el omnipresente Hugo Chávez, había progresivamente visto crecer las probabilidades que los negociados llevados a cabo por el Presidente bolivariano se transformaran en un intento de legitimación de la guerrilla colombiana. En fin, durante los meses de gestiones “chavistas” habían emergido señales importantes de que el resultado diplomático de las negociaciones no iba a ser la adopción de una estrategia humanitaria por parte de las FARC hacia el problema de los secuestrados, sino el de una legitimación política de la guerrilla. Y el problema no es tanto el de considerar más o menos acertada la elección de una estrategia de resolución del conflicto colombiano que pase por un reconocimiento de las FARC cómo interlocutor, sobre la cual se podría probablemente debatir. El problema es que dicha elección iba a ser adoptada no por el gobierno de Álvaro Uribe, legítimamente electo por los Colombianos y deputado por los mismos a la resolución de los problema de su país, sino por el Presidente de Venezuela Hugo Chávez. La reacción de Uribe ante la llamada de Chávez al general Montoya no se ha hecho esperar. Durante un acto público, el Presidente colombiano ha alertado a Chávez para que parara de poner en práctica su estrategia diplomática de ingerencia, cuyo fin era, más que dar una contribución a la resolución del conflicto colombiano, el de expandir su influencia en la región. De allí la respuesta del líder venezolano que, en repetidas maratones televisivas y después de haber acusado Uribe de ser un mentiroso y un títere de Bush, ha declarado congelada las relaciones con Colombia.

Ahora, habría elementos suficientes, sobre todo si alguien tuviera la posibilidad de mirar las surreales y repetidas apariciones televisivas de Chávez en las últimas semanas, para pensar que algo poco salubre esté pasando en la mente del Presidente venezolano. Sin embargo, sería un error minusvalorar la actitud tomada por Chávez a lo largo de los últimos meses. Es realmente probable que detrás de un activismo aparentemente torpe haya una bien calculada estrategia política por parte de Chávez. Porque es evidente que la personalidad del presidente “bolivariano” tiende hacia la exageración y que hemos tenido diferentes manifestaciones de dicha característica del “chavismo”. De hecho, durante la última Cumbre ibero-americana, Chávez ha públicamente ofrecido su ayuda para solucionar el problema del transporte público en Santiago de Chile. Un gesto realmente poco educado, considerando que la anfitriona de la cumbre, la Presidenta Michel Bachelet había sido la primera promotora de la reforma del transporte en la capital chilena, causa directa de las disfunciones registradas en los últimos meses. En fin, con su propuesta Chávez estaba evidentemente remarcando las responsabilidades de Bachelet en la mala gestión de la reforma. Así pues, la Presidente Bachelet ha tenido que rechazar las ofrendas de Chávez públicamente, declarando que Chile es autosuficiente para solucionar sus problemas políticos.


Sin embargo, si a estos dos episodios, el del conflicto con Colombia y “la metedura de pata” con Chile, añadimos el conflicto estallado entre Madrid y Caracas a raíz del enfrentamiento verbal entre el Rey de España Juan Carlos de Borbón y el mismo Hugo Chávez durante la última Cumbre Ibero-Americana, empezamos a tener demasiadas coincidencias para no empezar a sospechar que detrás del “activismo” de Chávez no se esconda en realidad una precisa estrategia política. Porque es probablemente cierto que la frase pronunciada por el Rey Juan Carlos de España no haya sido de las más afortunadas, vista la sede y, sobre todo, las provocaciones del interlocutor. Y, sin embargo, su pronunciación venía después de una actitud maleducada y prepotente por parte del mandatario venezolano que, después de haber acusado al ex-Presidente José Maria Aznar de ser un fascista y provocado la reacción del actual Presidente de España Rodríguez Zapatero, ciertamente no un amigo del ex-líder del Partido Popular español, había comenzado a interrumpir la réplica de Zapatero. Finalmente, el mismo Chávez no se esperaba una reacción tan exasperada por parte del Rey de España, pero la búsqueda de una provocación cuyo objetivo era evidentemente el del golpe de efecto emerge con una cierta evidencia desde la secuencia de los acontecimientos.

Hasta aquí los hechos. Son probablemente dos las interpretaciones que podemos dar para entender la actitud tomada por Chávez a lo largo de estas últimas semanas. Por un lado, el activismo en política exterior de Caracas de debe casi seguramente a los problemas que el proceso de reforma constitucional, de los cuales hemos hablado anteriormente, han inesperadamente encontrado en Venezuela. De hecho, la oposición hacia la reforma se ha extendido desde la oposición tradicional a Chávez, cuya actitud golpista, a la cual se ha añadido la decisión suicida de boicotear las últimas elecciones de 2005, han ciertamente favorecido el proyecto “chavista”, se ha extendido hacia nuevos sectores de la sociedad civil del país. En un primer momento, habían sido los estudiantes a tomar las calles para protestar en contra de una reforma poco clara y que, sin embargo, amplía de una manera clara las prerrogativas presidenciales. Hace pocos días, la protesta se ha extendido hasta sectores y partidos que, hasta el momento, habían sostenido a Chávez. De hecho, el Partido social-demócrata Podemos ha declarado que votará no al referéndum y el ex ministro de Defensa venezolano, que además tuvo un papel determinante en derrotar el golpe en contra de Chávez de 2002, ha hecho un llamamiento para que los venezolanos rechacen en el referéndum la reforma.

Finalmente, hay una relación directa entre las dificultades que el proceso de reforma constitucional está encontrando en Venezuela y las crisis que la diplomacia venezolana está buscando de una manera bastante sistemática en los últimos meses. El objetivo, evidentemente, es el de crear un efecto de asedio hacia el país para aumentar la cohesión de los venezolano hacia la leadership fuertemente carismática de Chávez. En EE.UU., dicho fenómeno tiene su nombre: round-around-de-flag, agarrate a la bandera cuando la situación interna se hace difícil.


Y sin embargo, si esta interpretación ayuda a interpretar las recientes crisis diplomáticas mantenidas por Venezuela con Bogotá y Madrid, parece haber algo más detrás de la estrategia venezolana. De hecho, España y Colombia tienen en común una característica que no tendría que pasar a segundo plano. Los dos países son aliados tradicionales de Washington y han sido empleados hasta el momento para moderar las políticas de Chávez en la región andina, en un momento en el cual la potencia norte-americana no se puede permitir abrir otro frente de conflicto en América Latina a causa de su involucramiento en la guerra civil de Irak, en la guerra en Afganistán y en Oriente Medio en general.


Es bastante conocido en ambientes diplomáticos el hecho de que Washington ha moderado su posición frente al retiro español de Irak, acontecido en coincidencia con la victoria del Partido Socialista, justo por el papel determinante que Madrid habría podido jugar en el proceso de moderación de las políticas “chavistas”. Hasta la crisis estallada en la última cumbre, el “coqueteo” de Zapatero con Chávez había sido evidente, desembocando en unos jugosos acuerdos de ventas de armas y de buques militares españoles a Caracas, que tanta parte había jugado en solucionar el problema de la crisis de los astilleros vascos prometida por el Presidente español durante su última campaña electoral. Es difícil pensar que la libertad con que Madrid ha tratado con Caracas haya podido darse sin alguna forma de acuerdo tácito con Washington cuyo objetivo era, evidentemente, el de normalizar las relaciones con Venezuela retrasando una posible “huída hacia delante” del “chavismo”.


Lo mismo ha acontecido con Colombia, sino no se explicaría el repentino mejoramiento de las relaciones entres los dos países, hasta la ruptura de la crisis actual. Uribe es ampliamente reconocido cómo el principal aliado de Washington en América Latina, razón que sería suficiente para crear problemas con Caracas, considerada la actitud anti-estadounidense del gobierno de Chávez. Sin embargo, en los últimos dos años la posición de Uribe hacia Chávez se ha ido moderando, hasta llegar a la aceptación de la mediación con las FARC. Es evidente que desde Washington ha llegado un apelo hacia la moderación, un intento de retrasar cuanto posible el estallar de una crisis en la región andina en un momento muy delicado para Estados Unidos.

De esta manera, la ruptura de Chávez con España y Colombia podría ser, otra vez, una consecuencia de la poca delicadeza del líder venezolano en la gestión de su política exterior, pero es más probable que sea también un claro aviso hacia Washington. Una advertencia para que EE.UU. se mantenga lejos del proceso de reforma constitucional venezolano, una ruptura que finalmente pone en marcha el último estadio de la revolución bolivariana, lo de la transformación socialista del estado venezolano que Washington percibe con grande preocupación por las consecuencias económicas y políticas que traerá consigo.

Ahora, es difícil que la actual administración norteamericana tan deslegitimada por la Guerra en Irak y por sus escándalos de corrupción interna pueda jugar un papel positivo en la moderación del “chavismo”. La esperanza es que las elecciones norteamericanas no lleguen demasiado tarde y que el nuevo presidente, posiblemente la demócrata Hilary Clinton o el republicano Rudy Giuliani, puedan recuperar un cierto tipo de peso político disuasorio en la región. Se trata de todas formas de un proceso muy lento, en parte a causa de los errores cometidos por la precedente administración en la región, a los cuales se añade la triste herencia de la Guerra Fría: el ya endémico anti-americanismo/anti-imperialismo de muchos países de la región. En este sentido, lo que está aconteciendo en la región llamaría, finalmente, a una toma de posición más decidida por parte de los otros regimenes democráticos del “Cono Sur”. Hasta ahora, y como es tradición, Chile, Argentina y Brasil se han movilizado para moderar el “chavismo” sólo cuando las actitudes del presidente bolivariano se han traducido en una clara ingerencia en sus asuntos internos. Sin embargo, sería una prueba de madurez para el leadership político de la región que la posición hacia el “chavismo” fuese tomada no solamente de forma aislada y sólo cuando se tocan las cuerdas de la soberanía de cada país tomado por separado. Finalmente, tendría que ser una posición colectiva, tomada a partir de un interés común en la estabilidad de la región y en el fortalecimiento de los procesos de integración económica y política, a los cuales el expansionismo bolivariano pagado en petro/dólares tanto daño está haciendo. Si esto no pasara, que nadie se queje si Washington tomara por fin sus medidas en relación al asunto. La experiencia de la Unión Europea, aunque en el medio de muchas contradicciones, demuestra claramente que la mejor manera para fortalecer la soberanía regional no es la de despreocuparse de los problemas cuando estos no nos atañen directamente, sino de darle una respuesta colectiva antes de que alguien, con más poder, lo haga para nosotros.

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