4.12.07

OTPOR!! NO a Chávez!!

por Horacio Barrancos Bellot


NO a Chávez!! Esa fue la respuesta que el pueblo venezolano dio este domingo en su referéndum constitucional. Hasta el viernes pasado, la problemática estuvo correctamente contextualizada, como una consulta sobre nuevas reformas políticas constitucionales de ese país. Sin embargo, fue el mismo Chávez quien personalizó la consulta popular al decir que un NO en el referéndum era un no a Chávez y un SÍ era un sí a Bush.

Bueno pues, ya sabemos lo que piensa la mayoría venezolana; pero lo más importante es que Chávez se entere lo que piensa su país. Chávez no contó con hubiera una esistencia democrática tan fuerte. Esa resistencia llevó a la mayoría de los venezolanos a rechazar un proyecto político personalista y hegemónico; en su lugar eligieron preservar el sentido nacional y colectivo del país. Luego del referéndum, es innegable la popularidad de Chávez, es innegable que su proyecto político ha calado hondo y bien en importantes segmentos de la población, pero es aún más innegable la convicción venezolana de que el país y los intereses colectivos deben estar por encima de los caudillismos perpetuos y de la concentración del poder.

No obstante las desafiantes declaraciones del Presidente Chávez, quien con sorna reconoció su derrota citando sus propias palabras cuando otrora fracasó su intentona golpista, cave recordar que ésta derrota no fue un hecho aislado; por el contrario, fue la evidencia de que emerge una oposición ciudadana como alternativa a la debilitada y fragmentada oposición política. Como muchas veces en diferentes oportunidades y lugares del mundo, fue la juventud universitaria la que ha encendido –esta vez en Venezuela- una mecha revolucionaria. La lucha universitaria siempre ha representado la lucha contra la tiranía, contra la opresión, contra la dictadura y contra el establishment. En la historia reciente de América Latina tenemos una larga data de líderes universitarios que han sido protagonistas -en las décadas de los 70 y 80- de las luchas por recuperar la democracia. El caso reciente de Venezuela, y que hoy nos ocupa, es muy interesante porque no se trata de una lucha por recuperar la democracia, sino de la calidad de esa democracia. La lucha ha sido protagonizada por un grupo de universitarios quienes han liderado -fuera de la Universidad- la formación de una conciencia popular para darle una respuesta pacifista y democrática al momento político que vive ese país. Ha sido ese grupo de universitarios quienes han demostrado, ser capaces de ocupar el espacio vacío que dejó la casi exigua oposición venezolana, llevando un mensaje claro y directo a su gobierno: ¡resistencia!

Sin pretender forzar paralelismos difíciles de sustentar, este fenómeno sí que tiene un antecedente muy importante, se llama OTPOR. OTPOR, "resistencia" en Serbio, fue un movimiento estudiantil en la ex Yugoslavia que a principios de este siglo cambió la historia en su país y logró derrocar al gobierno de Slobodan Milosevic. Cuando la oposición tradicional, entre una docena de partidos, había perdido espacios y credibilidad, en los círculos estudiantiles se fundó en 1998 el movimiento activista OTPOR. Su símbolo, el puño cerrado en negro; sus ideales, traducciones serbias de los textos de Gene Sharp sobre la no violencia como la base teórica para sus campañas.


OTPOR se convirtió en uno de los símbolos de la lucha contra Milósevic y su expulsión del poder. Dirigiendo sus actividades hacia los jóvenes indecisos y otros votantes desilusionados, OTPOR consiguió cambiar el voto del electorado tradicional y contribuyó al cambio político en las elecciones presidenciales del 24 de Septiembre de 2000.


OTPOR fue un movimiento pacifista estudiantil que logró desestabilizar el gobierno de Milosevic al crear la conciencia colectiva de “resistencia” a la innumerable cantidad de atropellos y errores que cometió ese gobierno. Milosevic había sumido al país en una profunda depresión económica y llevó a una cruenta y suicida guerra en la que intervinieron los ejércitos de la OTAN. La maquinaria propagandística del gobierno pretendió descalificar al movimiento OTPOR al sindicarlos de instrumentos financiados por occidente, lo que dio por resultado una mayor notoriedad y el reconocimiento nacional e internacional de OTPOR como los interlocutores válidos desde la oposición.


Sindicados también de peligrosos y terroristas por Milosevic, OTPOR respondió con acciones satíricas como el describir a un joven de la resistencia de la siguiente forma: "… estamos reportando desde el frente de la policía de la ciudad de Nis. Tenemos aquí a un ejemplo de terrorista en la frontera de Serbia y Montenegro" - y presenta a un joven estudiante. "El terrorista mide aproximadamente 1.80 metros, lleva puesta una camisa de manga corta de la organización terrorista OTPOR. Lleva lentes, lo que significa que lee mucho. Es peligroso leer mucho en este país, así que ojo…". Todas las represiones y encarcelamientos durante el verano de 2000 únicamente cimentaron la decisión de votar contra el régimen en las mentes de muchos de los votantes.

Diez meses antes de lo previsto, el 27 de julio, Milosevic llamó a elecciones en un intento de legitimarse frente al país. La campaña de resistencia se hizo unida, pero dispersa a la vez entre OTPOR, el G-17, la DOS, Kostunica y otras organizaciones no gubernamentales, sin la presencia de un líder único a quien atacar.

Las elecciones se celebraron el 24 de septiembre con 10 mil mesas electorales y 30 mil personas en trabajo de monitoreo. La oposición sabía de antemano que Milosevic no aceptaría los resultados, pero sabían también el paso que tenían que dar. Anunciar la victoria y comenzar la fiesta, aunque con la interrogante de cuándo y si el vencedor podría asumir su cargo.

La Comisión Electoral de Milosevic, inventó post factum un procedimiento inexistente en la legislación: llamó a una segunda vuelta porque ningún candidato obtuvo más del 50 % de los votos; pero DOS y Kostunica convocaron una huelga general a través de la lucha cívica no violenta que practicaba OTPOR. La policía trató de mantener el orden pero cada día la huelga se extendió más. Milosevic, habiendo perdido las elecciones, debía renunciar o utilizar la violencia. Pero los jóvenes de la resistencia universitaria evitaron todo uso de violencia con argumentos como "No hay guerra entre la policía y nosotros, nosotros juntos somos las víctimas del sistema, no hay razón de tener guerra entre víctimas y víctimas. Unas víctimas están en uniforme azul y otros en jean azul".

El 5 de octubre, 10 días después de las elecciones Belgrado salió a las calles gritando ¡Serbia se ha levantado! y añadían "Gotov je!" (“está acabado”, en serbio), mientras las tropas se abrían paso saludando al pueblo.

Aquello fue una gran lección de una coalición amplia con base popular no violenta, que puso fin sin hechos de sangre al régimen de Milosevic. El gobernante derrotado, fue extraditado a La Haya el 29 de junio del 2001 para ser juzgado por crímenes de lesa humanidad. Nunca fue condenado porque murió antes que terminara el juicio.

Aquella lección de activismo ciudadano prodemocrático que la juventud estudiantil de Serbia ha legado al mundo, ha servido de modelo para movimientos similares incluyendo:

- Kmara en la República de Georgia, parcialmente responsable de la caída de Eduard Shevardnadze;

- Pora en Ucrania, parte de la Revolución Naranja;

- Zubr en Bielorrusia, oponiéndose al presidente Alexander Lukashenko;

- MJAFT! en Albania;

- Oborona en Rusia, oponiéndose al presidente Vladimir Putin;

- KelKel en Kirguizistán, activa en la revolución que echó al presidente Askar Akayev;

- Bolga en Uzbekistán, oponiéndose a Islam Karimov;

- Pulse of Freedom en el Líbano;

- Súmate, ausente actualmente y Resistencia Estudiantil Venezolana en Venezuela, oponiéndose a Hugo Chávez

- Gong en Croacia.

Lo que ha ocurrido en Venezuela este pasado domingo es mucho más que un paralelismo, es una estrategia de resistencia bien aprendida y bien aplicada.

28.11.07

Estrategias Bolivarianas y respuestas regionales.

Por Vanni Pettinà
Las tensiones en la región andina han alcanzado en las pasadas semanas un nivel realmente alarmante. Hasta el momento, habían sido los procesos de reforma constitucional que se están dando en Bolivia, Venezuela y Ecuador los que habían suscitado alguna preocupación. Dichos proyectos de reformas, completamente legítimos desde un punto de vista legal, han levantado ciertas críticas, en parte por las formas con que se han llevado a cabo: en Bolivia, por ejemplo, la reforma constitucional se ha aprobado con una mayoría simple del 51%, un consenso evidentemente insuficiente para una transformación tan radical de los cimientos de la democracia boliviana. En Venezuela, ha sido sobre todo el contenido de la reforma lo que ha creado alarma, considerado el hecho de que más allá de proclamar el ambiguo socialismo del siglo XXI, la nueva Constitución eliminaría el límite de la reelección presidencial, otorgaría amplios poderes a la figura institucional de la presidencia y debilitaría el sistema de checks and balanances del estado.

Sin embargo, mientras que hasta el momento los problemas de la región habían sido confinados en el interior de los países, concentrados en unos procesos de reforma interna caracterizados por algunos elementos problemáticos, en las últimas semanas se ha ido perfilando la sombra de una grave crisis diplomática entre distintas repúblicas que cohabitan la región. El centro del problema ha sido el conflicto, largamente previsible, entre Venezuela y Colombia, estallado durante la última semana del mes octubre. Supuestamente, la causa última que ha desencadenado la actual crisis diplomática entre los dos países andinos habría sido la llamada efectuada por el Presidente venezolano Hugo Chávez a un alto cargo militar colombiano, el General Montoya, un oficial todavía en efectivo de las fuerzas armadas colombianas. La llamada habría sido efectuada en el marco de las negociaciones entabladas por el Presidente “bolivariano” con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), para solucionar la dramática cuestión de los rehenes que permanecen secuestrados desde hace largo tiempo por la guerrilla, supuestamente, revolucionaria. Hasta hace pocas semanas, dichas tratativas habían sido cautelosamente apoyadas por el Presidente de Colombia Álvaro Uribe, sin duda alguna una actitud curiosa por parte de un gobierno que no había mantenido, a lo largo de su último mandato, unas relaciones particularmente cordiales con el “chavismo”. Si la llamada ha sido la gota que ha colmado la medida, es cierto que durante las negociaciones habían emergido en más de una ocasión señales de preocupación por parte de Colombia, acerca de la manera atrevida y demasiado mediatizada con la cual el presidente venezolano estaba llevando a cabo la gestión de la tratativa con las FARC.

Bogotá, que en un primer momento había aceptado la mediación ofrecida por el omnipresente Hugo Chávez, había progresivamente visto crecer las probabilidades que los negociados llevados a cabo por el Presidente bolivariano se transformaran en un intento de legitimación de la guerrilla colombiana. En fin, durante los meses de gestiones “chavistas” habían emergido señales importantes de que el resultado diplomático de las negociaciones no iba a ser la adopción de una estrategia humanitaria por parte de las FARC hacia el problema de los secuestrados, sino el de una legitimación política de la guerrilla. Y el problema no es tanto el de considerar más o menos acertada la elección de una estrategia de resolución del conflicto colombiano que pase por un reconocimiento de las FARC cómo interlocutor, sobre la cual se podría probablemente debatir. El problema es que dicha elección iba a ser adoptada no por el gobierno de Álvaro Uribe, legítimamente electo por los Colombianos y deputado por los mismos a la resolución de los problema de su país, sino por el Presidente de Venezuela Hugo Chávez. La reacción de Uribe ante la llamada de Chávez al general Montoya no se ha hecho esperar. Durante un acto público, el Presidente colombiano ha alertado a Chávez para que parara de poner en práctica su estrategia diplomática de ingerencia, cuyo fin era, más que dar una contribución a la resolución del conflicto colombiano, el de expandir su influencia en la región. De allí la respuesta del líder venezolano que, en repetidas maratones televisivas y después de haber acusado Uribe de ser un mentiroso y un títere de Bush, ha declarado congelada las relaciones con Colombia.

Ahora, habría elementos suficientes, sobre todo si alguien tuviera la posibilidad de mirar las surreales y repetidas apariciones televisivas de Chávez en las últimas semanas, para pensar que algo poco salubre esté pasando en la mente del Presidente venezolano. Sin embargo, sería un error minusvalorar la actitud tomada por Chávez a lo largo de los últimos meses. Es realmente probable que detrás de un activismo aparentemente torpe haya una bien calculada estrategia política por parte de Chávez. Porque es evidente que la personalidad del presidente “bolivariano” tiende hacia la exageración y que hemos tenido diferentes manifestaciones de dicha característica del “chavismo”. De hecho, durante la última Cumbre ibero-americana, Chávez ha públicamente ofrecido su ayuda para solucionar el problema del transporte público en Santiago de Chile. Un gesto realmente poco educado, considerando que la anfitriona de la cumbre, la Presidenta Michel Bachelet había sido la primera promotora de la reforma del transporte en la capital chilena, causa directa de las disfunciones registradas en los últimos meses. En fin, con su propuesta Chávez estaba evidentemente remarcando las responsabilidades de Bachelet en la mala gestión de la reforma. Así pues, la Presidente Bachelet ha tenido que rechazar las ofrendas de Chávez públicamente, declarando que Chile es autosuficiente para solucionar sus problemas políticos.


Sin embargo, si a estos dos episodios, el del conflicto con Colombia y “la metedura de pata” con Chile, añadimos el conflicto estallado entre Madrid y Caracas a raíz del enfrentamiento verbal entre el Rey de España Juan Carlos de Borbón y el mismo Hugo Chávez durante la última Cumbre Ibero-Americana, empezamos a tener demasiadas coincidencias para no empezar a sospechar que detrás del “activismo” de Chávez no se esconda en realidad una precisa estrategia política. Porque es probablemente cierto que la frase pronunciada por el Rey Juan Carlos de España no haya sido de las más afortunadas, vista la sede y, sobre todo, las provocaciones del interlocutor. Y, sin embargo, su pronunciación venía después de una actitud maleducada y prepotente por parte del mandatario venezolano que, después de haber acusado al ex-Presidente José Maria Aznar de ser un fascista y provocado la reacción del actual Presidente de España Rodríguez Zapatero, ciertamente no un amigo del ex-líder del Partido Popular español, había comenzado a interrumpir la réplica de Zapatero. Finalmente, el mismo Chávez no se esperaba una reacción tan exasperada por parte del Rey de España, pero la búsqueda de una provocación cuyo objetivo era evidentemente el del golpe de efecto emerge con una cierta evidencia desde la secuencia de los acontecimientos.

Hasta aquí los hechos. Son probablemente dos las interpretaciones que podemos dar para entender la actitud tomada por Chávez a lo largo de estas últimas semanas. Por un lado, el activismo en política exterior de Caracas de debe casi seguramente a los problemas que el proceso de reforma constitucional, de los cuales hemos hablado anteriormente, han inesperadamente encontrado en Venezuela. De hecho, la oposición hacia la reforma se ha extendido desde la oposición tradicional a Chávez, cuya actitud golpista, a la cual se ha añadido la decisión suicida de boicotear las últimas elecciones de 2005, han ciertamente favorecido el proyecto “chavista”, se ha extendido hacia nuevos sectores de la sociedad civil del país. En un primer momento, habían sido los estudiantes a tomar las calles para protestar en contra de una reforma poco clara y que, sin embargo, amplía de una manera clara las prerrogativas presidenciales. Hace pocos días, la protesta se ha extendido hasta sectores y partidos que, hasta el momento, habían sostenido a Chávez. De hecho, el Partido social-demócrata Podemos ha declarado que votará no al referéndum y el ex ministro de Defensa venezolano, que además tuvo un papel determinante en derrotar el golpe en contra de Chávez de 2002, ha hecho un llamamiento para que los venezolanos rechacen en el referéndum la reforma.

Finalmente, hay una relación directa entre las dificultades que el proceso de reforma constitucional está encontrando en Venezuela y las crisis que la diplomacia venezolana está buscando de una manera bastante sistemática en los últimos meses. El objetivo, evidentemente, es el de crear un efecto de asedio hacia el país para aumentar la cohesión de los venezolano hacia la leadership fuertemente carismática de Chávez. En EE.UU., dicho fenómeno tiene su nombre: round-around-de-flag, agarrate a la bandera cuando la situación interna se hace difícil.


Y sin embargo, si esta interpretación ayuda a interpretar las recientes crisis diplomáticas mantenidas por Venezuela con Bogotá y Madrid, parece haber algo más detrás de la estrategia venezolana. De hecho, España y Colombia tienen en común una característica que no tendría que pasar a segundo plano. Los dos países son aliados tradicionales de Washington y han sido empleados hasta el momento para moderar las políticas de Chávez en la región andina, en un momento en el cual la potencia norte-americana no se puede permitir abrir otro frente de conflicto en América Latina a causa de su involucramiento en la guerra civil de Irak, en la guerra en Afganistán y en Oriente Medio en general.


Es bastante conocido en ambientes diplomáticos el hecho de que Washington ha moderado su posición frente al retiro español de Irak, acontecido en coincidencia con la victoria del Partido Socialista, justo por el papel determinante que Madrid habría podido jugar en el proceso de moderación de las políticas “chavistas”. Hasta la crisis estallada en la última cumbre, el “coqueteo” de Zapatero con Chávez había sido evidente, desembocando en unos jugosos acuerdos de ventas de armas y de buques militares españoles a Caracas, que tanta parte había jugado en solucionar el problema de la crisis de los astilleros vascos prometida por el Presidente español durante su última campaña electoral. Es difícil pensar que la libertad con que Madrid ha tratado con Caracas haya podido darse sin alguna forma de acuerdo tácito con Washington cuyo objetivo era, evidentemente, el de normalizar las relaciones con Venezuela retrasando una posible “huída hacia delante” del “chavismo”.


Lo mismo ha acontecido con Colombia, sino no se explicaría el repentino mejoramiento de las relaciones entres los dos países, hasta la ruptura de la crisis actual. Uribe es ampliamente reconocido cómo el principal aliado de Washington en América Latina, razón que sería suficiente para crear problemas con Caracas, considerada la actitud anti-estadounidense del gobierno de Chávez. Sin embargo, en los últimos dos años la posición de Uribe hacia Chávez se ha ido moderando, hasta llegar a la aceptación de la mediación con las FARC. Es evidente que desde Washington ha llegado un apelo hacia la moderación, un intento de retrasar cuanto posible el estallar de una crisis en la región andina en un momento muy delicado para Estados Unidos.

De esta manera, la ruptura de Chávez con España y Colombia podría ser, otra vez, una consecuencia de la poca delicadeza del líder venezolano en la gestión de su política exterior, pero es más probable que sea también un claro aviso hacia Washington. Una advertencia para que EE.UU. se mantenga lejos del proceso de reforma constitucional venezolano, una ruptura que finalmente pone en marcha el último estadio de la revolución bolivariana, lo de la transformación socialista del estado venezolano que Washington percibe con grande preocupación por las consecuencias económicas y políticas que traerá consigo.

Ahora, es difícil que la actual administración norteamericana tan deslegitimada por la Guerra en Irak y por sus escándalos de corrupción interna pueda jugar un papel positivo en la moderación del “chavismo”. La esperanza es que las elecciones norteamericanas no lleguen demasiado tarde y que el nuevo presidente, posiblemente la demócrata Hilary Clinton o el republicano Rudy Giuliani, puedan recuperar un cierto tipo de peso político disuasorio en la región. Se trata de todas formas de un proceso muy lento, en parte a causa de los errores cometidos por la precedente administración en la región, a los cuales se añade la triste herencia de la Guerra Fría: el ya endémico anti-americanismo/anti-imperialismo de muchos países de la región. En este sentido, lo que está aconteciendo en la región llamaría, finalmente, a una toma de posición más decidida por parte de los otros regimenes democráticos del “Cono Sur”. Hasta ahora, y como es tradición, Chile, Argentina y Brasil se han movilizado para moderar el “chavismo” sólo cuando las actitudes del presidente bolivariano se han traducido en una clara ingerencia en sus asuntos internos. Sin embargo, sería una prueba de madurez para el leadership político de la región que la posición hacia el “chavismo” fuese tomada no solamente de forma aislada y sólo cuando se tocan las cuerdas de la soberanía de cada país tomado por separado. Finalmente, tendría que ser una posición colectiva, tomada a partir de un interés común en la estabilidad de la región y en el fortalecimiento de los procesos de integración económica y política, a los cuales el expansionismo bolivariano pagado en petro/dólares tanto daño está haciendo. Si esto no pasara, que nadie se queje si Washington tomara por fin sus medidas en relación al asunto. La experiencia de la Unión Europea, aunque en el medio de muchas contradicciones, demuestra claramente que la mejor manera para fortalecer la soberanía regional no es la de despreocuparse de los problemas cuando estos no nos atañen directamente, sino de darle una respuesta colectiva antes de que alguien, con más poder, lo haga para nosotros.

22.10.07

Reflexiones e interrogantes sobre el juego de la Política Internacional

por Ignacio Tomás Liendo

La Política es la forma en la que las sociedades, a partir de sus liderazgos, consensuados o no, legítimos o no, estructuran sus relaciones en orden a un supuesto interés general; en el contexto definitorio de una serie de restricciones o incentivos identitarios o culturales (entre tantos otros).

Lo que denominamos “modernidad euro - céntrica” (y luego sus apéndices y luego “otras - céntricas”), no sólo moldeó y en gran medida aún moldea en función de sus intereses cierta “sociedad internacional” desde por lo menos quinientos años a esta parte, si no que proveyó una herramienta institucional determinante a partir de la cuál, otras sociedades, nuevas o viejas, tradicionales o de aluvión, se dieron para sí la posibilidad de gestionar sus intereses. Nos referimos al Estado – Nación.

Es así como se consolida en el tiempo y hacia nuestro presente, un proceso civilizatorio que tiene a ese Estado, como institución, y a ciertos Estados con nombre, apellido, y código postal, como actores principales de la trama de lo “internacional”.

Obsérvese cómo este último término denota los rasgos identitarios de “lo nacional” proyectado a ese mega escenario de “lo internacional”, a través de los canales burocrático – institucionales del Estado. La Nación se da entonces el Estado con el que movilizar sus intereses, o los Estados construyen Naciones a partir de las cuáles movilizar intereses preexistentes o potenciales. Pero es siempre el Estado el “caballito de batalla” (o de Troya) de lo relacional, ahora sí, a escala planetaria, o más a tono con ciertas unicidades, a escala “global”.

Concretamente, y en estos sentidos, la Política Exterior es el conjunto de los lineamientos de los estados hacia el sistema internacional. Es la forma en que estos se insertan en el mundo, se proyectan al escenario internacional, aparentemente, en función de sus intereses.

Y siendo esto la Política Exterior, la Política Internacional es el conjunto de las políticas exteriores de los estados, es la interacción dinámica entre las potencialidades de las unidades del sistema que detentan capacidades y poderes relativos, en función de objetivos y estrategias, siendo la forma en que se relacionan con el futuro y la forma en que se estructuran las “dialécticas de voluntades” en ese espacio de interdependencia compleja de lo internacional.

Ahora bien, ese Estado, y esos Estados, no sólo se ven tironeados y desdibujados desde arriba por lo que denominamos “procesos de integración regional” y “organismos multilaterales de alcance global” (fundamentalmente la Organización Mundial del Comercio); si no desde abajo por lo que denominamos “regionalismo” o “glocalización”; y también desde los costados, ya sea por procesos aparentemente positivos como los intercambios por cooperación o las migraciones, todo facilitado por las herramientas comunicacionales de una supuesta “posmodernidad”; si no también y por el otro costado, por los fenómenos “trans”, como bien puede ser el narcotráfico, el terrorismo, y todo aquello que pudiera encajar en el “crimen organizado” (alta manifestación de la política, si nos atenemos a algún sentido de lo inicial); y por supuesto, desde los fenómenos corporativos empresariales; todo lo cuál nos da una medida de ese gran cambalache de nuestro presente, que no parece dejar de proyectarse hacia el futuro.

Pero pensándolo bien: ¿nos pone esto en condiciones de referirnos al fin del Estado, como tranquilamente alguna vez nos refiriéramos a cierto “fin de la historia” o cierto “choque de civilizaciones”, que des – incluían por supuesto al Estado?.

De ninguna manera, porque más allá de lo expuesto y más acá de los fines declamados por ciertos oráculos, el Estado resurge con entusiasmo, justamente desde lo identitario ante esa “globalización” y “transnacionalización”.

Y he aquí el meollo de lo que queremos plantear, partiendo del supuesto evidente de que no todos los estados son iguales y más allá de las calificaciones de potencias y hegemonías: ¿qué tipos de estados existen?. Veamos ejemplos ya pensados, por caso, por Pérez Llana, entre otros.

Procesos de hibridación entre federación y confederación: Europa.
Estados verdaderamente soberanos: Estados Unidos.
Estados “postulantes” a verdaderamente soberanos: China e India.
Estados “postulantes” reciclados: Rusia.
Estados en el dilema de la autonomía y la integración: Argentina, Brasil, México y Turquía.
Estados insulares con vocación de jugadores e intercambiadores globales: Japón, Corea del Sur, Singapur, Malasia, Nueva Zelanda, Australia y Chile.
Estados fallidos o zonas grises: el África Subsahariana, el Cáucaso, Haití.

Ahora bien, si aún hay juego y jugadores, y si estos son los jugadores, y si todos nos damos más o menos una idea de cómo juegan: ¿a qué juegan?.

Juegan a la supremacía y a la concentración afrodisíaca del poder, juegan a las “seguridades” (fundamentalmente energéticas) y juegan al mesianismo de los falsos profetas. Y juegan a muerte, porque juegan a los dioses.

¿Pero efectivamente todos pueden jugar o estructurar este juego?.

Y más aún: ¿cuál es lugar de América Latina en este juego?.

¿Y a dónde juegan?. Cómo ya dijimos, evidentemente en ese “gran tablero mundial”, sobre todo en esa falla de fractura geopolítica que va desde el Norte de África hacia el Extremo Oriente.

Y más aún: ¿esto excluye a América Latina?. Y si no: ¿cómo se ubica entonces en la Agenda de este juego?.

En suma: ¿esto excluye a otras geografías?. De ninguna manera, son cuestiones de tiempos y momentos y velocidades.

Y los “directores técnicos” de estos equipos: ¿verdaderamente juegan el juego por ese mítico interés general de sus sociedades?. Más allá de los casos y los grises matices de la política, no necesariamente.

Y entonces: ¿cómo quedan desde este lugar ubicadas las sociedades latinoamericanas?.

Más aún: ¿son los directores técnicos los verdaderos directores técnicos o nos encontramos también aquí (y sobre todo aquí) con “las gerenciadoras”?.

¿No sería conveniente saber para nuestro auténtico desarrollo, al menos saber, quién es quién en este gran juego?.

Y peor aún. Nuestros directores técnicos de turno: ¿saben quiénes son quiénes?. ¿Saben cómo jugar?.

Bien nos convendría ahora sí a todos, que alguien advirtiera a estos hombres, nuestros dirigentes, que es peligroso jugar con fuego y que hay que tener mucho cuidado a quien abrimos la puerta para ir a jugar.

16.10.07

Las Batallas por Dios

por Ignacio Liendo

Paradójicamente, la sociedad internacional que ha venido constituyéndose al tiempo que se secularizaba e “iluminaba”, continúa estructurándose sobre “cruzadas”, “reformas y contrarreformas”, “guerras de treinta y cien años”, supuestos “choques de civilizaciones”; en suma, “guerras de religión”, conflictos bélicos, contiendas, guerras teñidas por diferentes cosmovisiones y creencias, siempre tamizadas por aquello que nos “re–liga” con algo trascendente (aquí, ahora, después, más allá).

¿Y dónde reside el nudo gordiano de esta paradoja?

Reside en la constatación de que la política es la continuación de la religión por otros medios, o en que la religión es la continuación de la política por otros medios, o en que la política es la religión.

¿Cómo podemos despejar esta ecuación?

Primero, con un preámbulo. A saber:

La sociedad internacional contemporánea responde para su construcción a un tiempo, la Modernidad; y a unos actores políticos con idearios y objetivos concretos, los Estados europeos y sus apéndices extra-regionales; conglomerado mayormente conocido como la “civilización occidental”, quien más allá de otros jugadores en pugna, es quien establece y sostiene esta modernidad globalizante y homogeneizadora a escala planetaria.

Esta aplanadora civilizatoria, independientemente de su vocación hegemónica, no necesariamente formará un mundo plano; y ella misma, convertida en monolito, generará intersticios hacia adentro y choques hacia fuera, encontrándose con el desafío de los “fundamentalismos”, representados por actores socio-culturales con claros objetivos políticos y religiosos, y que ante esta dinámica, que no es vivida como libertaria si no como opresiva, se le opondrán desde los “fundamentos” de las tres grandes religiones monoteístas.

Segundo, a partir de una caracterización de atrás hacia adelante en los términos de la ecuación. A saber:

La política es la religión para occidente, en tanto y en cuanto en la Modernidad, la religión entendida como camino espiritual pasa al fuero íntimo (más allá de que los cultos sean públicos). Esto es, lo espiritual no estructura ya ni la vida ni la política, en la medida en que estas pasan a articularse según las leyes naturales y la “diosa razón”.

Esta posibilidad implica un “materialismo histórico” en la medida en que no existe lo trascendente en “el más allá” monoteísta (o en el paraíso perdido o la edad dorada de la mitología, incluida también en los monoteísmos), si no en el más acá del mundo material, dónde aparentemente y por sus propias leyes, pueden darse todas las realizaciones humanas, individuales y sociales.

Y la clave de ese más acá será el futuro, “de orden y progreso”, de “civilización y no de barbarie”, tanto si ese materialismo histórico es “lineal” como en este caso; como si ese materialismo histórico es “dialéctico”, dónde al final de la mitología marxista (no necesariamente en el socialismo realmente existente), encontramos una sociedad sin clases, en donde la religión no es necesaria, no sólo porque es “el opio de los pueblos”, si no sobre todo, y al igual que en occidente, porque la política es la religión.

La religión es la continuación de la política por otros medios para todos aquellos que parten de un esquema laico como el anterior, pero que terminan utilizando argumentos religiosos clásicos en función de sus objetivos políticos (independientemente de si se los creen o no).

Y todos citan aquí como ejemplo a Saddam Hussein o a Yasser Arafat, líderes laicos, nacionalistas, socializantes y pan-arabistas, que en determinados momentos terminaron apelando en sus discursos a la vertiente islámica como aglutinante para sus causas.

Es oportuno citar también a los sectores laicos del sionismo que apelan al mito de la tierra prometida en función del objetivo político de la construcción del Estado de Israel.

La política es la continuación de la religión por otros medios para todos aquellos que no han pasado por el embudo de la Revolución Francesa, esto es, para todos aquellos que no creen que haya una separación entre la Iglesia y el Estado; más aún, para aquellos que creen que la Iglesia “es” el Estado, y que los libros sagrados son la “Constitución” (por reducirlo a términos liberales).

Y aquí todos coinciden en citar a la Revolución Islámica en Irán, y a los islamistas radicales de organizaciones políticas que recurren al terrorismo como Hamas y Hesbolláh, u organizaciones terroristas transnacionales como Al-Qaeda.

Es aquí entonces, en este “choque de cosmovisiones”, donde deben encontrarse las llaves explicativas para analizar los conflictos políticos que estructuran la sociedad internacional contemporánea, sobre todo cuando se trata de guerras teñidas por diferentes creencias “religiosas”; y sobre todo porque permanecen inconclusas las respuestas a preguntas existenciales elementales: ¿El conflicto y la guerra son constitutivos insoslayables de la condición humana?, ¿El conflicto y la guerra son inherentes a la religión en cualquiera de sus manifestaciones?, ¿El conflicto y la guerra son patrimonio de los fundamentalistas?, ¿Son verdaderamente por Dios las batallas contemporáneas?, ¿Quién es quién en la lucha entre el Bien y el Mal? (si es que ésta existe y si es que podemos identificar a quienes instauran tales categorías).

Todo este pensar es indispensable, porque definitivamente no es posible desentrañar la complejidad de los asuntos mundiales que nos atraviesan, si no conocemos de política, si no conocemos de religión, y si no entendemos que la política o bien puede ser la religión y viceversa, o bien puede ser la continuación de la religión por otros medios y viceversa.

Y en suma: ¿cuál es el lugar que ocupa América Latina en este “choque de cosmovisiones”?.






1.10.07

Argentina y el mal que nos aqueja

por Ignacio Tomás Liendo

El problema argentino, más allá de todos los matices regionales y de las extrapolaciones que podamos hacer hacia América Latina, puede resumirse en las dos caras de una misma moneda: el exceso faccioso de personalismo y la naturaleza particular de las instituciones.

Cuando decimos problema, nos referimos a nuestro subdesarrollo relativo, a la sistemática dilapidación de nuestras significativas potencialidades, y por ende, al círculo vicioso de nuestra decadencia y a la perversa guerra de agotamiento en la que nos hemos visto sumidos por generaciones.

Y cuando proponemos estos términos, hablamos de política, porque el argentino, es definitivamente un problema político.

Esto es así en la medida en que más allá de las estructuras económicas y de clase montadas y devenidas desde lo histórico – político (y por ello modificables); claramente es la política el aglutinante para la construcción social, el desarrollo; y el aprovechamiento en función de ello, de ese rico espacio de intersección que se produce entre lo nacional y lo internacional.

Y si nuestra política no funciona en esos términos, con seguridad, sus principales elementos tampoco podrán hacerlo ni lo hacen; de ahí la naturaleza particular de nuestras instituciones, nuestro sistema político, nuestro sistema de partidos, nuestro federalismo, nuestra administración de justicia. Porque si una República no puede proveer el desarrollo a una Nación desde su Estado, alguno de los tres términos y sus combinaciones son la causa del problema, que reside en última instancia en la política, que es justamente su aglutinante y articulante.

Entonces: ¿dónde está el origen del mal que nos aqueja?.

Sin duda, en la configuración de un sistema político que de manera simbiótica es cooptado y coopta en puestos claves del Estado y del Gobierno, a no todos los mejores elementos sociales que estarían disponibles, mostrándose incapaz de generar una clase dirigente que constituya una verdadera meritocracia dispuesta a generar un proyecto estratégico de País en el que se superen las diferencias y se construya una sociedad viable, optimizando todo lo necesario el haz de lo posible, fructificado en el círculo virtuoso de la educación y el pensamiento.

Sin duda, en la configuración de un sistema político que se reasegura a sí mismo en el círculo vicioso del clientelismo, el caudillismo, la prebenda y la claudicación; llegando al paroxismo de otorgar naturalidad a la situación desde la justificación malintencionada de que esta realidad no es más que un emergente socio – cultural.

Decimos esto porque el sistema político no se erige a sí mismo de la nada, si no que es una construcción de los actores socio – políticos que se manifiesta en un entramado de instituciones que son siempre manufactura de los acuerdos e imposiciones de los hombres; de quienes es potestad la operación de las mismas, en tanto marcos de referencia del comportamiento y el cambio social.

Y esas instituciones (formales e informales), que son las reglas de juego de una sociedad en torno de las cuáles se generan los incentivos y las restricciones para los actores, pueden ser construidas en función del desarrollo y la eficiencia social (si son capaces de reducir los costos de transacción del sistema político y de la economía), o bien pueden ser el reflejo del poder y los intereses de aquellos que tienen el poder de idear esas instituciones en orden a objetivos concretos (o el poder de operar u omitir las preexistentes en función de sus intereses particulares).

En este sentido, no estamos ante un dilema entre personas e instituciones, o personas versus instituciones, si no que, o bien existe una carencia institucional, o bien un exceso de personalismo de los individuos menos adecuados en función del desarrollo, que o bien desvirtúan las instituciones, o bien conforman instituciones informales funcionales al esquema del poder; aquellas que subsumen a la sociedad en la batalla electoral permanente y el cortoplacismo (macerados en el mortero de una cultura política paternalista y de una desafección política rayana con el individualismo autista y el nihilismo), dónde triunfa esta lógica agonal de la política por sobre la arquitectónica, aquella de la construcción estratégica del desarrollo.

Y es aquí donde entramos en el territorio pantanoso de la discrecionalidad, quintaesencia del personalismo y de las tentaciones hegemónicas, antesala del despotismo, la autocracia y el totalitarismo; contracaras de regímenes verdaderamente democráticos, republicanos y federales, entendidos como espacios propicios para el desarrollo.

¿Y cómo se sale de la profundidad del mal que nos aqueja?.

Sin entrar en lo estrictamente operativo, se sale dando sentido a instituciones que sean el fruto de un acuerdo social en el que los actores verdaderamente representativos de la sociedad, aglutinados en torno a liderazgos idóneos y legítimos, tengan la capacidad de emerger de sus trincheras de agotamiento, entendiendo de que hay mucha más ganancia en la cooperación que en el conflicto, mucha más ganancia en un juego sostenible en el que la mayoría pueda ganar.

Se sale de esta profundidad, trabajando desde los distintos espacios que propicia la política, revirtiendo enérgicamente y en función del interés general y nacional, los principales atributos negativos de este sistema político que hemos sabido construir, y que son entre otros los siguientes:

Concentración del poder en la figura del Presidente; desvalorización total del Congreso; configuración de un País centralizado de hecho; defasaje, incoherencia e hipocresía del discurso político; descenso de la participación política; apatía generalizada por las cuestiones políticas; neutralización de la oposición y del pluralismo; banalización de la opinión pública y de la oferta informativa, farandulización de la política; dualización de la sociedad; sistemático desmantelamiento de las redes de asistencia social y de educación; inseguridad jurídica; configuración de un "estado mínimo represor" propulsor de un "orden desigual"; conformación de zonas geográficas o áreas de problemas donde no rige la lógica de la ley; endeudamiento externo como sistema; etc.

En suma, se sale de la profundidad del mal que nos aqueja, volviendo a naturalizar la calidad de la ciudadanía y de las instituciones democráticas, corriéndonos desde una democracia electoral cuestionada a una democracia de ciudadanos.

En la medida en que todos a los que nos corresponde no entendamos esta realidad y estemos dispuestos a actuar en consecuencia para revertirla, como mejor escenario nos espera una meseta muy parecida a este presente limitado, al que paulatinamente nos acostumbramos en una trágica ficción de normalidad y en una desesperante parodia de lo que fuimos y de lo que podríamos ser.


24.9.07

RSE y las alianzas público-privadas para el ¿desarrollo?

Por Horacio Barrancos Bellot
Hablar de temas empresariales en un espacio dedicado exclusivamente a los asuntos público-gubernamentales, podría quedar no muy bien ubicado. Pero en realidad, el hacerlo obedece a dos razones: Primero, toda actividad empresarial tiene un impacto de carácter público, que muchas veces no está incluido o que se presenta como algo desvinculado de su finalidad privada; y segundo, la preocupación empresarial sobre sus impactos públicos es mérito del activismo de la sociedad civil organizada, la cual empezó a actuar debido a la insuficiente protección del sector público (entendido éste como la suma de los poderes del Estado). Casi paradójicamente, resulta “significativo” que hoy el sector empresarial busque alianzas con sectores públicos para desarrollar actividades de Responsabilidad Social Empresarial (RSE).

El tema surge a propósito de un destacado evento que tuvo lugar los pasados 20 y 21 de septiembre en Madrid. Me refiero a la “II Conferencia España-Iberoamérica de Responsabilidad Social de las Empresas: Alianzas Público-Privadas para el Desarrollo”, organizada por la Fundación Carolina. Como ya es habitual, se trató de una reunión importante, con gran convocatoria y con un grupo de conferencistas de muy alto nivel que incluyó a un ex Presidente (Costa Rica), al Vicepresidente Segundo de España y a directivos de empresas como Oxfam, Repsol-Ypf, Iberdrola, Shell, Pnud y Bid, para citar sólo a unos cuantos. Todo bien salvo por tres cosas que llaman mi atención: 1) La perenne insistencia española de utilizar el término Iberoamérica, detalle que entra en una cuestión más allá de la semántica; 2) Entre casi 30 panelistas participantes de una conferencia España-Iberoamérica, solo dos fueron latinoamericanos, y por supuesto no hubo ni un solo representante de algún sector público latinoamericano; y 3) el punto focal –evidentemente- estuvo en las estrategias para hacer RSE de la mano del sector público, y no en las acciones y/o en los receptores de los programas de RSE.

Es verdad que entre el sector público y el privado existe un área gris cada vez más grande, en el cuál hay un amplio margen de acción para quienes no son puramente públicos ni puramente privados; esa área es el “tercer sector”. Sin embargo, el debate sobre la intervención en esa área no puede dejar de lado al sector público, de la misma forma como la agenda en el "tercer sector" no debe ser administrada por organismos internacionales, ni mucho menos por empresas privadas u ONGs. No estaría mal preguntar a los beneficiarios de los programas del “tercer sector” sobre sus necesidades y prioridades. Aquello es una cuestión de sentido común, que no termina de cuajar en todo el “tercer sector”. Por ello es que ese evento -y su enfoque- a mi me suena algo incongruente. Pero esa incongruencia es parte de las incongruencias que inexorablemente han caracterizado las acciones en el “tercer sector”, como por ejemplo el perfil no lucrativo de los programas de RSE.

De cara a la sociedad, el discurso político de los países más desarrollados sostiene que los programas de cooperación de su sector privado desempeñan un loable papel en el desarrollo de los países pobres. Sin embargo, Responsabilidad Social Empresarial (RSE) es la contribución activa y voluntaria de las empresas al mejoramiento social, económico y ambiental con el objetivo de mejorar su situación competitiva y su valor agregado. La RSE es una actividad estratégica en la competencia comercial, por tanto siempre tiene un interés lucrativo.

Toda empresa desempeña un papel muy importante en la vida de las personas, no sólo como generadora de empleo, riqueza o entregando bienes y servicios, sino siendo un agente de desarrollo en las comunidades en las que están insertas. Las grandes empresas son conscientes de ello y explotan las expectativas que generan sus actividades de RSE para obtener ventajas competitivas. Si bien esas actividades en un principio estuvieron confiadas a una fundación o a alguna ONG, hoy por hoy forman parte vital de las estrategias que contribuyen a realizar la finalidad privada de la empresa.

Pero por supuesto, el beneficio que deja la RSE no es sólo privado puesto que su impacto social es muy significativo. Lo es tanto, que debe manejárselo con cuidado. Kenneth E. Goodpaster y John B. Mathews, Jr., entre otros, han formulado el siguiente dilema “las empresas multinacionales son tan poderosas que es peligroso que se inmiscuyan en temas sociales y políticos, pero también lo es que solamente se dediquen a maximizar sus ganancias”. Cuando menos dos son los problemas que ejemplifican este dilema. Uno de ellos, es que las empresas no solo obtienen ventajas competitivas por el reconocimiento público y la fidelización del cliente, sino que llegan a negociar “incentivos” de los gobiernos para su actividad empresarial. Otro punto es que generalmente la agenda de intervención se define ex ante, es decir que las empresas –y lo mismo ha pasado por mucho tiempo con los organismos internacionales y las agencias de cooperación- definen sus actividades de “responsabilidad social” en gabinete y no con los beneficiarios sociales. Decirle a quien necesita lo que necesita sin preguntárselo, no solo es reflejo de una mentalidad asistencialista, sino que es menos costoso para la empresa.

Dejando de lado por un momento la visión crítica de la RSE, es correcto destacar que ésta ha traído beneficios en varios ámbitos. La RSE, entendida como “hacer negocios basados en principios éticos apegados a la ley”, se trata de programas integrales que orientan sus prácticas responsables hacia el interior y/o hacia fuera de la empresa. Por tanto, ellas se benefician de mejoras en su productividad, lealtad de los clientes, acceso a mercados y mayor credibilidad. Esto implica que las empresas adopten una postura activa y responsable en torno al impacto de sus operaciones, a favor del equilibrio entre el crecimiento económico, el bienestar social y el aprovechamiento de los recursos naturales y el medio ambiente. Así entonces, los programas de RSE van desde el cumplimiento de los regimenes legales de los países en los que operan las empresas, hasta su participación en el diseño y ejecución de políticas de Estado; pasando por actividades en beneficio de su personal, las familias de éstos y la comunidad en la que está inserta la empresa. Para las empresas, pensar en sus clientes internos significa que en cierto sentido no es legítimo que la empresa se quiera proyectar hacia fuera como una empresa responsable socialmente, si a lo interno no ha cumplido con las condiciones necesarias. Esta idea es descrita en la pirámide de RSE propuesta por CentraRSE.

Respetar el régimen legal es lo mínimo e ineludible. En cambio, participar en el diseño y ejecución de políticas de Estado es un tema que abre muchos debates. En el fondo, es un problema de “agente-principal” y de “riesgo de captura”. El agente es la empresa y el principal es el Estado. El problema radica en que el agente (la empresa) tiene un manejo de la información insuperablemente asimétrica en su favor; por tanto, el Estado no podrá estar en condiciones de verificar si efectivamente las empresas bajo el rótulo de RSE están internalizando adecuadamente los costos derivados de sus operaciones (externalidades negativas). El otro tema -tanto aún más sensible- es el riesgo de que las empresas capturen al gobierno; cosa que desde ningún punto de vista es irreal dado el tamaño de las operaciones de muchas de las transnacionales que operan en los países en desarrollo.

En el nuevo entorno global, ante los actuales retos a los que nos enfrentamos de crecimiento demográfico, consumo insostenible de recursos, terrorismo e inestabilidad política, y situación socioeconómica en la que vive un porcentaje tan alto de la humanidad, algunas empresas han entendido que tienen una responsabilidad moral a la hora de responder a los problemas globales. Sin embargo, a medida que las prácticas y la aceptación de la RSE por parte de las empresas es cada vez mayor, también crecen las críticas y el escepticismo sobre la intención de las mismas.

Y no es para menos, teniendo en cuenta que la “Responsabilidad Social” tuvo que nacer de una historia larga y penosa, protagonizada por el activismo de la sociedad civil y varios desastres ambientales y humanitarios producidos (in)directamente por grandes empresas transnacionales. En el libro “La RSE ante el espejo. Carencias, complejos y expectativas de la empresa responsable en el siglo XXI” de Fernando Casado Cañeque (2006, España), podemos encontrar relatos documentados de varios hechos que conviene rescatar porque son la génesis de la RSE, en contextos de deficiente protección estatal.

Como relata F. Casado, “…el 10 de noviembre de 1995, el activista y escritor Ken Saro Wiwa y ocho miembros de la comunidad Ogoni, en Nigeria, fueron ejecutados por el Gobierno militar del general Sani Abacha. Saro Wiwa era presidente del Movimiento para la Supervivencia de los Ogoni, y lideraba un movimiento pacifista que denunciaba los daños ambientales en la región por parte de diversas multinacionales, especialmente Shell. En la declaración que escribió antes de ser ahorcado, Saro Wiwa declaró que él y sus compañeros no eran los únicos que estaban siendo juzgados: 'Shell está también siendo juzgada […] y llegará el día en que la guerra ecológica que la empresa ha empezado en el Delta (de Níger) será llamada a la justicia, y sus crímenes serán pagados'. Las ejecuciones fueron contestadas con movilizaciones masivas en todo el país y con la expulsión de Nigeria de la Commonwealth. El Gobierno respondió de forma represiva y brutal. Se estima que se cometieron más de 2000 asesinatos y miles de personas se vieron obligadas a exiliarse. Shell cambió su política de empresa y desde entonces ha intentado liderar el movimiento empresarial que pretende reconciliar el desarrollo económico con el respeto al medioambiente y los derechos humanos. En una declaración autocrítica, atípica en este tipo de empresa, en su Informe anual de 1998, Shell reconocía que 'nos hemos mirado en el espejo, y no nos hemos reconocido, ni nos ha gustado lo que hemos visto'…”




Tiempo después, empresas mundiales como Nike, Levis, Disney o Adidas fueron denunciadas por violar los derechos humanos, promover el trabajo infantil y contaminar el medioambiente. La reacción social traducida en boicot contra estas empresas abarcó varios países incidiendo significativamente en sus niveles de ventas. El 2005 en Nigeria, el Movimiento por la Emancipación del Delta del Níger (MEND por sus siglas en inglés), secuestró a cuatro trabajadores de Shell y anunciaron su campaña “Operación Cambio Climático” con el objetivo de cometer atentados contra plantas de extracción y secuestrar a trabajadores extranjeros para proteger a la región de la explotación de las empresas transnacionales. La campaña también tocó a empresas como Agip (Italia) y Total (Francia) afectando gravemente sus exportaciones de crudo.

En 2002, el barco petrolero Presitge causó un inmenso daño ecológico al derramar su carga de crudo en costas gallegas. La respuesta ciudadana dio lugar al movimiento ciudadano "Nunca Máis" (Nunca más, en castellano) cuyo objetivo declarado es evitar la repetición de desastres ecológicos en Galicia, el castigo de sus responsables y la reparación de los daños. Ha recibido numerosos apoyos, siendo elogiada por introducir estas temáticas en el debate político .

En 2006, junto al rechazo de varios movimientos sociales y asociaciones de consumidores, Naturewatch y Uncaged pidieron boicotear los productos de Body Shop, luego de que su presidenta Anita Rodik, quien fuera pionera y símbolo del moviendo de RSE por combinar ética y comercio inspirando a millones de personas, vendió su empresa a L´Oreal en $us 938 millones. L´Oreal ha sido muchas veces acusada de realizar pruebas con animales y por no respetar los derechos humanos. La respuesta inmediata fue que el equipo de Anita Rodik formaría a los ejecutivos de L´Oreal en valores éticos y comercio.

El tema de la “Responsabilidad Social” no es más una excentricidad de algunas grandes empresas, ni tampoco es únicamente una estrategia comercial. En realidad, RSE hoy en día es una cuestión indispensable para que una empresa pueda mantenerse en su mercado. Los organismos internacionales, así como los gobiernos de una gran cantidad de naciones en el mundo, hoy suscriben la necesidad del respeto al medio ambiento y los derechos humanos en toda actividad empresarial susceptible de afectarlos. El ojo casi siempre está puesto en las empresas transnacionales, pero también lo está cada vez más en pequeñas y medianas empresas vía certificaciones de calidad o, simplemente, a través de la sociedad civil organizada.

De cualquier forma, la RSE es un avance significativo sobre el pensamiento ortodoxo y neoliberal. Destinar recursos para esas actividades significa –muchas veces- sacrificar ganancias necesarias para mantenerse en el mercado. Es un enfoque distinto (y rentable) al tradicional enfoque unidireccional de reducir costos. Es verdad que las empresas con un buen programa de RSE ganan, pero también es verdad que la sociedad gana. Probablemente la duda esté si en el balance final la suma es “cero". Ahora bien, encontrar resultados depende, muchas veces, de cuestiones tan simples como preguntarse si estamos o no (los consumidores) comprando bienes y servicios de empresas que están causando algún tipo de daño en algún lugar del mundo. Pero por otro lado, también debemos exigir que los gobiernos y los organismos internacionales y de cooperación, rindan cuentas a los ciudadanos sobre la forma y los resultados con los cuales están llevando a adelante las llamadas “alianzas público-privadas para el desarrollo”.

12.9.07

El futuro de América latina: entre el “chavismo” y la democracia

por Vanni Pettinà

Uno de los datos más interesante del los últimos años, dentro del panorama social y económico latinoamericano, está representado por la buena performance de la economía a nivel continental. En primer lugar, se registra un crecimiento medio ciertamente sostenido que, en los últimos años, se ha colocado entre el 4% y el 6%. Las cifras relativas a la inflación son igualmente positivas ya que, después de las fuertes oscilaciones registradas en la crisis de los años 80, se han alcanzado en los últimos años niveles bajos, como evidencia la gráfica (The Economist”, Adiós to poverty, hola to consumption, 16 de agosto 2007).

En países como Chile, Brasil y México estas altas tasas de crecimiento, acompañadas por las bajas tasas de inflación, se han traducido en un interesante aumento de la que podríamos definir como una nueva clase media latinoamericana. La definimos como una nueva clase media porque como han afirmado diferentes especialistas, como el sociólogo y ex presidente Fernando Henrique Cardoso, parece presentar diferencias importantes con aquellas capas medias que, a grandes rasgos, caracterizaron el panorama continental entre los años 30 y el final de los años 70. El dato que mejor señala esta distancia es probablemente el hecho de que la actual clase media parece más vinculada al sector privado que al público. En la etapa anterior, había sido el estado el que, principalmente a raíz de sus políticas de industrialización por substitución de importaciones, había dado lugar a una clase media artificial, integrada por managers, burócratas y funcionarios públicos, sucesivamente barridos por las políticas ultra-liberales de los años 90. En la actualidad, sin embargo, nos encontraríamos frente a un sector donde la presencia de actividades en su mayoría vinculadas al mercado, pequeños productores y comerciantes, parece ser más consistente que en el pasado. Digamos que el cuadro actual presenta una síntesis más equilibrada entre un sector medio estatal, regularmente presente en la mayoría de los países desarrollados, y un sector medio privado que, de alguna manera, señala una integración positiva del continente en la economía mundial. Finalmente, la emergencia de esta clase media refleja la inversión del proceso de pauperización tan típico de los años 80 y 90.

Evidentemente, aunque no se pueda hablar de una definitiva estabilización de las economías latinoamericanas, ni de una redistribución de la riqueza todavía aceptable, los datos sobre la emergencia del sector medio definen un escenario social mucho más positivo que en el pasado. Por ejemplo, En Chile, México y Brasil, si bien quedan asuntos pendientes, como la reforma del sistema fiscal progresivo, la pobreza parece reducirse. En Chile, país donde se da la evolución socio-económica comentada, el coeficiente de GINI se ha reducido desde 0,554 en 1990 a 0,550 en 2003. México, por su parte, en términos de desigualdad, el índice de GINI ha pasado desde 0,536 a 0,528 (Panorama Social De América Latina, CEPAL http://www.eclac.org/publicaciones/xml/0/27480/PSE_2006.pdf).

Asimismo, desde un punto de vista político, el panorama presenta también algunos elementos positivos. En Chile, por ejemplo, la elección de la presidenta socialista Michel Bachelet viene a ser un punto de inflexión en la historia de un país que parece finalmente dejar atrás el dramático recuerdo de una de las peores dictaduras continentales, la de Augusto Pinochet. México ha superado una de las crisis institucionales más profunda de su historia reciente. A grandes rasgos, aunque los niveles de corrupción sigan indicando la presencia de fuertes problemas dentro de la calidad democrática de estos estados y la presencia del crimen organizando represente un reto constante para la estabilidad institucional, no se puede esconder una cierta estabilización de los mecanismos democráticos en algunos de los países más representativos de la región y que en el pasado habían experimentado regimenes de tipo autoritarios.

En realidad, el conjunto de las cifras macroeconómicas y del historial político reciente de estos países confirma una tendencia general positiva para el continente, debido a la conjunción de libertades políticas, progreso económico y una mayor atención hacia las políticas sociales de naturaleza ciertamente inédita, si se excluye el caso de Uruguay y pocos países más. El modelo no está consolidado por completo y, sin embargo, las experiencias citadas abren una brecha interesante entre la dicotomía clásica latinoamericana: dictadura-revolución.

Dentro de este cuadro, Venezuela representa una incógnita que merece aquí algunas reflexiones. En el país andino el Presidente Hugo Chávez ha puesto en marcha un proyecto radicalmente diferente respeto a los que hemos visto hasta ahora.

En los últimos meses, Chávez ha acelerado el proceso de autoritarización del sistema político, cerrando una televisión nacional políticamente incomoda y planeando una reforma constitucional teledirigida donde se pretenden eliminar los límites a los mandatos presidenciales y permitir al presidente gobernar al son de decretos para avanzar más rápido hacia el socialismo.

Por si esto fuera poco, Chávez está buscando constantemente el enfrentamiento con Washington, hasta el punto de tejer las más inquietantes alianzas con los enemigos de Estados Unidos, independientemente de que sean o no países democráticos. La más inquietante es evidentemente la que Caracas ha establecido con el Irán del presidente Mahmud Ahmadinejad, declaradamente antisemita y responsable directo del endurecimiento de la represión política y religiosa en su país. Es evidente que la actitud irresponsable de la oposición a Chávez que ha llegado al intento de golpe para derrotar el Presidente bolivariano, no ha ayudado a la consolidación de la democracia en el país. Sin embargo, este argumento no puede representar una excusa. Chávez esta reduciendo los espacios de libertad en el país pues no parece mostrar mucho respeto hacia los mecanismos democráticos y representativos en sí mismos.

Un análisis de los datos económicos tampoco parece dar mejores resultados. Las estadísticas económicas son positivas solamente por lo que respecta al crecimiento, obviamente empujado por los altos precios de los hidrocarburos a niveles mundiales y que, de todas formas, parece destinado a bajar bruscamente en los próximos años (véase la tabla). De hecho, en el país andino se registra una tasa de inflación del 20% y, dato clamoroso considerado el fuerte hincapié que hace Chávez sobre las políticas de inclusión social, un crecimiento de la desigualdad reflejado en el ascenso de su índice de GINI, el cual pasa de 0.44 en 2000 a 0,48 en 2005, según datos del Banco Central Venezolano, citado por el The Economist (The Economist, “The Rise of the “Boligarchs”, 9 de agosto 2007. El dato es proporcionado por el Banco Central de Venezuela). Datos parecidos los proporciona la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL). Para la CEPAL el coeficiente de GINI habría subido en Venezuela desde el 0,471 del 2000 al 0,490 del 2005 (http://www.eclac.org/publicaciones/xml/0/27480/PSE_2006.pdf, p. 94). Al mismo tiempo, a pesar de crecer con una media cercana al 7%, en el país se ha dado frecuentemente el fenómeno de escasez de alimentos básicos como la leche, la carne o el azúcar (The Economist, “The Rise of the “Boligarchs”, 9 de agosto 2007).

La situación actual tiene diferentes explicaciones y, sin embargo, la principal reside en la misma estrategia política del actual gobierno y no en una simple e infeliz coyuntura económica. Es bastante evidente que el proyecto de Chávez tiene una lógica punitiva hacia algunos sectores sociales venezolanos que no se limita a la sola oligarquía golpista. Teóricamente, el punto estrella del programa Chávez apunta a la eliminación de la pobreza, un problema absolutamente real y dramático para el país. Sin embargo, las baterías de medidas que han sido adoptadas hasta ahora han dado resultados bastante contradictorios. El gobierno venezolano ha adoptado sustancialmente dos tipos de acciones para reducir la pobreza en el País: el control estatal de los precios y una clara política de apoyo a la rentas menores. De hecho, Chávez ha impuesto un fuerte control sobre los precios de los productos básicos, en el intento de favorecer un mayor acceso al consumo por parte de los sectores marginados de la población. Sin embargo, esta política está dañando los pequeños y medianos productores que, forzados a vender a precios políticos establecidos por el gobierno, se han visto, a su vez, obligados a cerrar sus actividades en perdidas. La oferta se ha reducido, mientras que el apoyo a las rentas ha creado un fenómeno inflacionario perfectamente fotografiado por los datos estadísticos que, como se ha señalado anteriormente, indican una tasa de inflación del 20%. No cabe duda de que el aumento de la inflación está nulificando la política de apoyo a las rentas de los sectores más pobres de la población. Hay más dinero para comprar y, sin embargo, han subido los precios porque hay menos productos. Así pues, no sólo la lógica punitiva de Chávez hacia las así llamadas “actividades capitalistas” no está produciendo una transformación positiva de la sociedad, sino que está acabando por dañar, sobre todo, los sectores medianos de la sociedad venezolana y, al mismo tiempo, creando problemas de escasez y de inflación. Este cuadro explica probablemente el hecho de que, mientras el gobierno afirma la bajada del número de familias que viven en pobreza, desde el 55% del 2003 al 33% del 2007, el índice GINI haya aumentado sensiblemente casi en el mismo periodo.

Finalmente, hay un entrelazamiento bastante conflictivo entre el problema del poco respeto hacia las formas políticas que Chávez está demostrando y esta nueva y acentuada forma de estatismo económico. En los últimos años, Venezuela ha visto emerger una nueva forma de oligarquía que presenta rasgos muy parecida a la que se puede encontrar en los países africanos del golfo de Guinea, también besados por “la maldición del petróleo”. Venezuela se ha posicionado como segundo en la clasificación del Banco Mundial acerca de los estados más corruptos de América latina: el primero es Haití. Y, de hecho, el “Socialismo Petrolífero”de Chávez ha creado un sistema de clientelas conectadas con las empresas estatales que gozan de privilegios inimaginables por los otros sectores de la población. Así pues, no es raro encontrar en Caracas nuevos ricos circulando en los Hummer de fabricación estadounidense, mientras la gente hace cola para la leche o el pan que no se encuentran en los escaparates.

Finalmente, la abundancia de los recursos naturales venezolanos hace inaceptables los niveles de pobreza que allí se registran. Sin embargo, resulta difícil pensar que el camino elegido por el presidente “bolivariano” proporcionará una solución a los problemas de Venezuela. Las dificultades económicas que los proyectos chavistas están produciendo están directamente relacionadas con los problemas políticos que el bolivarismo presenta. Las políticas económicas de Chávez resultan equivocadas porque, siguiendo un tipo de raciocinio político exquisitamente perteneciente al siglo pasado, piensan poder alcanzar el bienestar de un sector de la población a costa de otro además de violar las normas básicas de un sistema democrático.

Por suerte, el escenario latinoamericano ya no está limitado a un extremo por la Venezuela de Chávez y al otro por el Chile de Pinochet. En el medio florecen otras experiencias que necesitan consolidarse y que, sin embargo, pueden representar una alternativa para el continente.