16.10.07

Las Batallas por Dios

por Ignacio Liendo

Paradójicamente, la sociedad internacional que ha venido constituyéndose al tiempo que se secularizaba e “iluminaba”, continúa estructurándose sobre “cruzadas”, “reformas y contrarreformas”, “guerras de treinta y cien años”, supuestos “choques de civilizaciones”; en suma, “guerras de religión”, conflictos bélicos, contiendas, guerras teñidas por diferentes cosmovisiones y creencias, siempre tamizadas por aquello que nos “re–liga” con algo trascendente (aquí, ahora, después, más allá).

¿Y dónde reside el nudo gordiano de esta paradoja?

Reside en la constatación de que la política es la continuación de la religión por otros medios, o en que la religión es la continuación de la política por otros medios, o en que la política es la religión.

¿Cómo podemos despejar esta ecuación?

Primero, con un preámbulo. A saber:

La sociedad internacional contemporánea responde para su construcción a un tiempo, la Modernidad; y a unos actores políticos con idearios y objetivos concretos, los Estados europeos y sus apéndices extra-regionales; conglomerado mayormente conocido como la “civilización occidental”, quien más allá de otros jugadores en pugna, es quien establece y sostiene esta modernidad globalizante y homogeneizadora a escala planetaria.

Esta aplanadora civilizatoria, independientemente de su vocación hegemónica, no necesariamente formará un mundo plano; y ella misma, convertida en monolito, generará intersticios hacia adentro y choques hacia fuera, encontrándose con el desafío de los “fundamentalismos”, representados por actores socio-culturales con claros objetivos políticos y religiosos, y que ante esta dinámica, que no es vivida como libertaria si no como opresiva, se le opondrán desde los “fundamentos” de las tres grandes religiones monoteístas.

Segundo, a partir de una caracterización de atrás hacia adelante en los términos de la ecuación. A saber:

La política es la religión para occidente, en tanto y en cuanto en la Modernidad, la religión entendida como camino espiritual pasa al fuero íntimo (más allá de que los cultos sean públicos). Esto es, lo espiritual no estructura ya ni la vida ni la política, en la medida en que estas pasan a articularse según las leyes naturales y la “diosa razón”.

Esta posibilidad implica un “materialismo histórico” en la medida en que no existe lo trascendente en “el más allá” monoteísta (o en el paraíso perdido o la edad dorada de la mitología, incluida también en los monoteísmos), si no en el más acá del mundo material, dónde aparentemente y por sus propias leyes, pueden darse todas las realizaciones humanas, individuales y sociales.

Y la clave de ese más acá será el futuro, “de orden y progreso”, de “civilización y no de barbarie”, tanto si ese materialismo histórico es “lineal” como en este caso; como si ese materialismo histórico es “dialéctico”, dónde al final de la mitología marxista (no necesariamente en el socialismo realmente existente), encontramos una sociedad sin clases, en donde la religión no es necesaria, no sólo porque es “el opio de los pueblos”, si no sobre todo, y al igual que en occidente, porque la política es la religión.

La religión es la continuación de la política por otros medios para todos aquellos que parten de un esquema laico como el anterior, pero que terminan utilizando argumentos religiosos clásicos en función de sus objetivos políticos (independientemente de si se los creen o no).

Y todos citan aquí como ejemplo a Saddam Hussein o a Yasser Arafat, líderes laicos, nacionalistas, socializantes y pan-arabistas, que en determinados momentos terminaron apelando en sus discursos a la vertiente islámica como aglutinante para sus causas.

Es oportuno citar también a los sectores laicos del sionismo que apelan al mito de la tierra prometida en función del objetivo político de la construcción del Estado de Israel.

La política es la continuación de la religión por otros medios para todos aquellos que no han pasado por el embudo de la Revolución Francesa, esto es, para todos aquellos que no creen que haya una separación entre la Iglesia y el Estado; más aún, para aquellos que creen que la Iglesia “es” el Estado, y que los libros sagrados son la “Constitución” (por reducirlo a términos liberales).

Y aquí todos coinciden en citar a la Revolución Islámica en Irán, y a los islamistas radicales de organizaciones políticas que recurren al terrorismo como Hamas y Hesbolláh, u organizaciones terroristas transnacionales como Al-Qaeda.

Es aquí entonces, en este “choque de cosmovisiones”, donde deben encontrarse las llaves explicativas para analizar los conflictos políticos que estructuran la sociedad internacional contemporánea, sobre todo cuando se trata de guerras teñidas por diferentes creencias “religiosas”; y sobre todo porque permanecen inconclusas las respuestas a preguntas existenciales elementales: ¿El conflicto y la guerra son constitutivos insoslayables de la condición humana?, ¿El conflicto y la guerra son inherentes a la religión en cualquiera de sus manifestaciones?, ¿El conflicto y la guerra son patrimonio de los fundamentalistas?, ¿Son verdaderamente por Dios las batallas contemporáneas?, ¿Quién es quién en la lucha entre el Bien y el Mal? (si es que ésta existe y si es que podemos identificar a quienes instauran tales categorías).

Todo este pensar es indispensable, porque definitivamente no es posible desentrañar la complejidad de los asuntos mundiales que nos atraviesan, si no conocemos de política, si no conocemos de religión, y si no entendemos que la política o bien puede ser la religión y viceversa, o bien puede ser la continuación de la religión por otros medios y viceversa.

Y en suma: ¿cuál es el lugar que ocupa América Latina en este “choque de cosmovisiones”?.






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